Nací mujer, en 1982, en un país aún bastante conservador llamado Brasil. Fui criada en una familia de mucho afecto y cuidados, formada por un padre, una madre y al lado de un hermano y una hermana. La sociedad me enseñó, desde muy pequeña, que las niñas se vuelven mujeres, que las mujeres se vuelven madres y que las madres cuidan de sus hijos, de la casa, de los maridos y de la familia. Nunca cuestioné esta información porque esta nunca fue presentada en forma de reflexión, pero sí como una imposición donde no cabían divergencias ni observaciones.
Crecí, como se esperaba, con el deseo de maternar, de cuidar, de parir. Pero a los 20 años me asumí, finalmente, como una mujer lesbiana. Digo “finalmente” porque el camino entre percibirme lesbiana y tener el coraje de asumirme públicamente como lesbiana fue bastante demorado. Fueron tres años de mucha angustia, reflexión, ponderación, el miedo de lastimar a mi familia, el miedo de no poder formar una familia, el miedo de perder a mi madre y no poder tornarme madre. Y aún siendo recibida de brazos abiertos por mi familia de origen y por mis amigos, la sociedad me arrancó un sueño. Al final, ¡una mujer lesbiana no puede ser madre! En Brasil nuestra Constitución Federal cita que el matrimonio es entre un hombre y una mujer. Por tanto, la constitución de una familia también lo es.
Yo, que no sabía decir si un día realmente quise ser madre, o si fue la construcción social que me manipulo hacia este deseo, me veía entonces viviendo un luto repentino, de no vivir un sueño que yo ni sabía que era mío, pero que pretendía realizar. El lesbianismo parece ser un término opuesto a la maternidad. Yo era una mujer cisgénero, con útero, con deseos y sueños, y aún así me decían que no podía tener hijos. Fueron algunos años más de tristeza y lamentaciones. Estaba feliz con mi sexualidad, asumida y revelada, estaba triste por tener que vivir sin establecer mi propia familia.
Fueron tiempos para comprender la realidad, hasta darme cuenta que si, yo podría tener hijos si lo quisiera. Mi cuerpo era propicio para ello, mis sueños coincidían con esta realidad, mi homosexualidad no era una prohibición para realizar mi deseo. Pero cada día me concientizaba más de que la lucha para construir una familia de dos madres sería larga, intensa, pesada y cargada de desafíos diarios. Y no hablo exclusivamente sobre los desafíos de maternar, que por sí solos ya son innumerables, sino de los desafíos burocráticos y jurídicos de existir en un país homofóbico y arraigado en creencias y moralidad de tradición religiosa.
El arte y la escritura me trajeron aliento, resistencia, reflexión, colectividad y sobre todo sentido de pertenencia. Observar trabajos artísticos que reflexionan y cuestionan la maternidad. Leer libros que discutían las relaciones entre maternidad y mercado de trabajo. Acompañar películas y piezas de teatro que ampliaban la mirada sobre la diversidad y la maternidad. Y finalmente escribir y publicar libros sobre la parentalidad que no es hetero-cis-normativa, me trajo conciencia y libertad. Me trajo afecto, me permitió conocer innumerables familias como la mía, me llenó de sensibilidad y fuerza. Pero la lucha, que ya era conocida, se hace diaria y necesaria. Son muchas batallas que yo, mi esposa y mis hijos, ya afrontamos. Y relato aquí las 5 grandes batallas que en menos de 4 años ya tuvimos para poder existir.
En 2018 mi esposa quedó embarazada de nuestros hijos, y yo, aún sin gestarlos, opté por amamantarlos. Hice un protocolo de inducción a la lactancia y cuando Miel estaba embarazada de 7 meses comencé a producir mis propias gotas de leche. Tuvimos que hacer una cesárea, y en la semana del parto la directora del hospital que escogimos informó a nuestro equipo médico que yo no podría amamantar a mis hijos dentro del recinto hospitalario. ¿El motivo? Ella decía que se configuraba como un “amamantar cruzado” – cuando una madre amamanta el hijo de otra mujer. En resumen, aquella directora no asumía a Bernardo y a Iolanda como mis hijos, y, por tanto, no me entendía como madre de mis propios hijos.
LA PRIMERA BATALLA, aún dentro del hospital, y mis hijos aún no habían llegado siquiera al mundo de los nacidos. A través de un equipo médico femenino y feminista, lo conseguimos. Y la directora del hospital permitió que yo amamantara a mis hijos, al lado de mi mujer, aún en la sala de parto. VENCIMOS.
LA SEGUNDA BATALLA fue aún dentro del mismo hospital. Yo cargaba uno de mis hijos, con apenas dos días de vida, y un chico entró en el cuarto en el que estábamos internadas, él necesitaba llenar la DNV (Declaración de Nacido Vivo, documento oficial del Ministerio de Salud) de los bebés y nos preguntó quién era la madre y padre de ellos. Dijimos que sólo habían madres, dos, y ningún padre. Él nos dijo que el documento ya venía así desde el Ministerio de Salud y que él no podría borrarlo, por lo tanto una de nosotras tendría que escoger quién sería el “padre” de nuestros hijos. Obviamente ninguna de las dos. Allá estábamos nosotras, en vez de recibir flores y sonrisas, tomando nuestras espadas y escudos para una batalla más. Y aún con mucho diálogo, con consulta de abogados y amigos, no lo conseguimos. El primer documento oficial del Gobierno Federal que certifica que mis hijos nacieron vivos, consta apenas del nombre de Melanie como madre de nuestros hijos. PERDIMOS.
LA TERCERA BATALLA fue también en el hospital, esta vez dentro de la Notaria de Registro Civil. Diferente de una pareja heteronormativa que necesita presentar apenas el documento de identidad o la licencia de conducción (LC) para registrar sus hijos en la notaria, tuve que llevar la LC, el certificado de matrimonio y un documento con firma reconocida de la clínica de reproducción asistida diciendo que yo era madre de mis hijos, que ellos no tenían padre y si un donante anónimo. Incomodidad y vergüenza. La persona que me atendió en la notaría no sabía cómo hacer el registro, tuvo que esperar, llamar a otra persona que la oriento todo el tiempo sobre el qué y cómo digitar. Y aún así centenas de mujeres no consiguen el certificado de doble maternidad porque muchas notarías se rehúsan a hacerlo, afirmando conocer la ley. Lo conseguimos. Cuando reclamé el certificado de nacimiento de mis hijos estaba escrito: Filiación – Marcela Rebelo Tiboni y Melanie J.M.C. Graille. Me estremecí. Mis hijos tenían su primer documento impreso confirmando que tenían dos madres. VENCIMOS.
LA CUARTA BATALLA vino cuando ellos tenían 10 meses de vida y necesitamos realizar el Documento de Identidad. Fuimos a una oficina de trámite en la ciudad de Sao Paulo, y surgió una nueva situación de desconocimiento de los funcionarios. Yo cargando a Bernardo, Mel con Iolanda, cada una en un cubículo de atención diferente. Las funcionarias se hablaban a cada momento, parecían confundidas, pregunté sobre lo que estaba ocurriendo, ella con la mayor sinceridad del mundo me dijo que aunque en el documento impreso aparecía el término “filiación”, en la pantalla del computador se acostumbraba a usa el término “padre” y “madre”. Ella no sabía cómo completar la información en nuestro caso. Entre idas y venidas del supervisor la solución encontrada fue la de colocar nuestros dos nombres en secuencia en el campo “madre” y dejar el campo “padre” vacío. Lo que hizo con que el Documento de Identidad de nuestros hijos quedara de difícil lectura, ya que el nombre de la madre es extremadamente extenso, entre mi nombre y el de Mel son 8 palabras. Y al mirar rápidamente parece que sólo existe una madre, como un solo nombre, y que al consultarse en cualquier base de datos, no existe. ¿VENCIMOS?
LA QUINTA y hasta ahora última BATALLA ocurrió en octubre de 2020. En el día en que fui a entrar en el sitio web de la Oficina de Impuestos para acceder al “comprobante de inscripción del CPF (documento de registro de persona física contribuyente en Brasil)” de mis hijos. Llené los datos necesarios (nombre del niño, fecha de nacimiento, número de CPF) y en el campo “madre” coloqué mi nombre, y para mi sorpresa me enviaba para una pantalla en que decía “el nombre de Marcela no coincide con el nombre de la madre de Bernardo”, me quedé en shock, paralizada. Volví a la página inicial, llené nuevamente el formulario con el nombre de mi mujer, y ahí sí tuve acceso al CPF de mi hijo. Descubrí allí, en aquel minuto, que para la Oficina de Impuestos yo no era madre de mis hijos. Yo sólo lloré. Pero al día siguiente el llanto se volvió lucha, se volvió publicación en la red social, viralizó, se volvió entrevista en más de 15 canales de comunicación, se volvió repostaje de atletas, actrices, cantores y otras tantas personalidades que apoyan la diversidad. La Oficina de Impuestos enmudeció, no respondió a ninguno de los contactos hechos por ONG, por abogados o canales de comunicación. Una acción judicial está en proceso, y por ahora, AÚN NO VENCIMOS.
El silenciamiento de mi maternidad viene ocurriendo de forma insistente desde que mis hijos comenzaron a crecer en la barriga de mi esposa. Y cito aquí apenas una anulación, la mía, pero que como esta se extiende por todo el territorio nacional, centenas de familias de dos madres, dos padres, transexuales, no binarios son suprimidas diariamente. Suprimidas por el Estado, por la ausencia de Leyes, por la propia familia, por el trabajo, por las redes sociales, por la cultura. La reacción y relación social está íntimamente ligada a las cuestiones que envuelven las leyes y el sistema de órganos del gobierno. La homofobia sólo va a disminuir cuando el Estado respete e incluya todas las formaciones familiares en sus formularios y leyes. Cuando una ficha de internación hospitalaria permita el uso de un nombre social, cuando el formulario de matrícula en las escuelas conste sobre la filiación, cuando la Oficina de Impuestos cambie el término “madre”, recordando que muchas familias son formadas por dos padres, o por un único padre, cuando el Estado permita que un hombre trans embarazadx haga una consulta con un ginecólogo. Y mientras tantos derechos nuestros son negados, yo y mi familia insistimos en ser felices, en sonreír, en amarnos y tener la convicción de que el futuro será más colorido y acogedor.
Temprano entendí que mi maternidad estaría rodeada de batallas, pero entendí más temprano que la lucha hace parte del movimiento, que muchos lucharon antes de mi, y seguiré pugnando para los otros que aún están por venir.
Nació en Brasil en 1982. Se formó en Artes Visuales y posee maestría en Historia del Arte con posgrado en Gestión Cultural. Es madre, lesbiana, escritora y activista de la parentalidad LGBTIQ+. Publicó tres libros sobre maternidad lésbica siendo mamá: "Un relato de maternidad homo-afectiva", "Maternidades en lo Plural" y "Desmama: historias de una madre con otra madre".
Aquí tenemos una máxima que es “madre sólo hay una”, entonces para que mi familia quepa en la sociedad y país en el que vivo, tengo que colocarme de frente a esta idea.
Mi verdadera aproximación fue primero como lectora. Leía mucho desde muy pequeña, en la adolescencia formé un verdadero amor por los libros y las historias que descubría. Las biografías siempre me seducían y me acuerdo de leer el “Diario de Ana Frank” en un solo día cuando tenía quince años. Pero entre leer y comenzar a escribir fueron décadas de distancia. Cuando decidí escribir mi primer libro yo simplemente abrí el computador, me senté frente a él y me quedé cuatro horas escribiendo sin parar.
Sin duda que si. Brasil es enorme y muy diverso. Percibo que levantar, debatir y posicionarse sobre el tema en Sao Paulo, capital del estado, es muy diferente a hacerlo en los estados del Acre o de Santa Catarina, por ejemplo. Pero independiente de la región, el tabú sigue siendo grande y difícil de quebrar. Aquí tenemos una máxima que es “madre sólo hay una”, entonces para que mi familia quepa en la sociedad y país en el que vivo, tengo que colocarme de frente a esta idea. Un desafío que cansa diariamente.
Una respuesta positiva más. Mi esposa, por ejemplo, trabaja en el mercado inmobiliario. Los clientes le reclaman que ella demora a veces, un día para responder un mensaje, y cuando ella intenta argumentar que fue porque necesitó buscar al hijo en la escuela, o llevarlo al médico, la respuesta es bien clara: “entiendo, pero necesitas encontrar a alguien que te ayude, esto perjudica tu desempeño profesional”. Nos quieren madres de la mejor calidad, pero nos obligan a trabajar como si no tuviéramos hijos. Una cuenta matemática siempre irresoluble.
Nosotras no somos iguales, no pensamos de la misma forma, no vivimos las mismas situaciones ni tampoco cargamos con los mismos pesos, pero todas somos mujeres viviendo en un mundo machista. Por lo tanto proyectos como este se hacen fundamentales para garantizar espacios de libre debate, de crecimiento y desarrollo mutuo, de fortalecimiento de ideas y potencias. Que existan cada vez más estos espacios.
En Brasil tenemos una artista llamada Graziela Kunsch. Grazi se volvió madre y percibió de inmediato como el mundo del arte que se decía acogedor la verdad era bastante excluyente. Ella fue invitada para participar en la Documenta de Kassel en 2022 y realizó un proyecto lindo llamado “Guardería Parental Pública”. El deseo era que los cuidadores pudieran tener un espacio destinado a lxs niñxs de cero a tres años dentro de la gigantesca exposición, y así pudieran realmente ser incluidos en el mundo del arte. Que las madres se sintieran acogidas por el lugar y no expulsadas porque sus hijos están haciendo ruido o llorando. Lxs hijxs se volvieron el centro de la obra, el centro del arte, el engranaje que faltaba para que el sistema artístico se completará realmente. Nunca voy a olvidarme de esta obra y de la potencia que carga.